Dos ya no son multitud en la zona

Dos ya no son multitud en la zona
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Las parejas, elemento irrenunciable de la cultura popular, se están perdiendo. El regreso de Oasis ha puesto patas arriba a medio mundo porque la reunión de Liam y Noel Gallaguer se da en un instante en el que el mundo nada parece reconciliable y triunfa el personalismo. Ya no hay Martes y Trece o Cruz y Raya o Azúcar Moreno o Sonia y Selena. Artefactos nostálgicos de una época que, mejor o peor, ya no es. 

Sucede de forma similar en los deportes colectivos. No hace tanto que cualquier equipo de fútbol, bueno o malo, se podía explicar desde su pareja de delanteros. Tristán y Mackay, Nihat y Kovacevic, Nilmar y Rossi. En la NBA, pasaba parecido con las parejas interiores. El dominio de Shaquille O’Neal a inicios de siglo hizo que sumar dos grandes fuese poco menos que una obligación para el resto de la liga. Y aunque muchos de ellos podían desempeñar poco más que las tareas más destructivas del juego, sin más virtud que la lucha, las honrosas excepciones dieron dúos que marcaron una época nada desdeñable en la liga. 

Como pan y mantequilla

Rasheed y Ben Wallace, Marcus Camby y Kenyon Martin, Carlos Boozer y Mehmet Okur, Kevin Garnett y Kendrick Perkins, Marc Gasol y Zach Randolph, Tyson Chandler y David West, Carlos Boozer y Joakim Noah, Pau Gasol y Andrew Bynum, Marcin Gortat y Nené Hilario, Vlade Divac y Chris Webber, Andre Drummond y Greg Monroe. Cada una de ellas distinta, muchas desbalanceadas en talento, pero todas marca inconfundible de una era.

El embrujo de las parejas interiores se rompió en el momento en el que nos percatamos de que Jahill Okafor y Joel Embiid o Jusuf Nurkic y Nikola Jokic no podían convivir en pista. Resucitando la ilusión a través de aquella breve reunión entre DeMarcus Cousins y Anthony Davis en plenitud. Lo normal en una revolución de juego que se ha dado desde el perímetro es que los equipos hayan dado prioridad a las virtudes exteriores que a las interiores, siendo la defensa del aro la única irrenunciable en todos estos años.

Esto está cambiando. A estas alturas seréis conocedores del cambio de tendencias en lo que al rebote ofensivo se refiere. Un fenómeno que, no es por echarse flores, quien escribe comenzó a detectar ya en 2023. El caso es que cada vez más buenos equipos crecen desde colapsar el tablero rival para rentabilizar el triunfo en la batalla de las posesiones. Esta y otras tendencias están haciendo que sumar tamaño en cancha vuelva a estar en valor por encima de la versatilidad de jugadores más compactos. 

De repente, hacer coincidir dos interiores puros en cancha ha dejado de desangrar a quien se atreve a ello. Siendo un recurso común en muchos conjuntos de la liga. El ejemplo perfecto es Houston. Aunque Ime Udoka ya no inicie los partidos con pareja de pívots, sigue tirando de este formato muy a menudo. 

Estando sanos, los Rockets promedian 18,4 minutos por noche empleando alineaciones con dos interiores. Teniendo tres en plantilla: Alperen Sengün, Steven Adams y Clint Capela. Adams y Capela no han compartido cancha en todo el curso por sus obvias carencias a nivel de movilidad. Ahora, la pareja entre el neozelandés Adams y el turco Sengün suma 275 minutos en los que son 5,2 puntos superiores a sus rivales por cada cien posesiones y capturan un absurdo 46% de los rebotes ofensivos disponibles. 

Los datos empeoran bastante con respecto al rendimiento global del equipo (8,6 de net rating), pero poder contar con un arma de destrucción masiva en el control del rebote le da un recurso potentísimo en cualquier escenario. Lo visto con Capela hace pensar que desaparecerá de la rotación en playoffs. 

Fin al tabú

En total, hay 16 parejas interiores con una muestra representativa de minutos (+ 8 partidos, +7 minutos por partido) y 9 de ellas presentan un net rating positivo en sus minutos en cancha. La mayoría de equipos de la liga ha hecho probaturas con este formato y, en ocasiones, este podría apuntar a un crecimiento futuro por esa vía. Como puede ser el caso de Walker Kessler y Kyle Filipowski en Utah cuando el primero aún no se había lesionado de gravedad. 

O lo que es lo mismo, que unir dos interiores ha dejado de ser outisders. Para empezar, porque el actual campeón y mejor equipo de la temporada, aunque ahora sea impopular recalcarlo, acostumbra a iniciar todos sus partidos con Chet Holmgren e Isaiah Harteinstein en cancha. Lo cual sirve como molde para explicar por qué funcionan los dúos de interiores que funcionan. 

Alguno podrá esgrimir que Holmgren no se parece en nada a un pívot tradicional. Y es cierto. Aquí la etiqueta interior no tiene que ver tanto con que desarrolle su juego ahí, en la zona, como que sus mayores virtudes están en el tamaño. Un principio que aplicar a cualquiera de los casos estudiados, pues una parte del binomio siempre tendrá que albergar virtudes exteriores. 

Aunque sus porcentajes estén siendo los mejores de carrera, Chet no es un tirador. Por falta de volumen y porque para él el tiro es un recurso y no un arma principal en su juego. Es mucho más troncal su capacidad para echar el balón al suelo y generar sus propias jugadas desde el bote. Así como sus bondades como interior clásico en continuaciones hacia el aro o recepciones cerca del mismo.

Holmgren y Hartenstein son la mejor pareja interior de la liga, con más de 350 minutos compartiendo pista y un 19,3 de net rating. Lo cual viene posibilitado por las virtudes mencionadas en Chet y por la capacidad de pase, bloqueo, rebote y anotación desde el floater del alemán. Pero sobre todo, porque defensivamente han encontrado la manera de multiplicar el arsenal exterior de OKC desde su defensa del aro. 

Así funcionan la mayoría de buenas parejas interiores de la liga. Teniendo una compatibilidad ofensiva suficiente como para hacer pesar las ventajas defensivas que supone la suma de tamaño. 

Mismo fondo, distintas formas

Los Warriors, por ejemplo, tienen muchos problemas para generar a media pista. Sin embargo, con Quinten Post en cancha logran que su ataque sea viable por las posibilidades que les otorga desde el tamaño y la amenaza exterior. Juntarle con Draymond Green (273 minutos) permite a Golden State crecer desde la defensa sin comprometer el ataque excesivamente y ser 7,7 puntos mejores que sus rivales por cien posesiones. 

El tamaño nunca va a ser un problema per sé en baloncesto. Por eso el futuro camina a jugadores de cada vez mayor talla con características normalmente atribuibles a cuerpos mucho más reducidos. De ahí Victor Wembanyama. Los problemas que suelen adherirse a los hombres grandes no tiene que ver con su tamaño, sino con la lógica correlación que este tiene con carencias de movilidad o talento técnico. 

Para ilustrar esto es interesante fijarse en Los Angeles Clippers. El equipo angelino es uno de los pocos que emplea a dos parejas de interiores por encima de los 8 minutos por noche. John Collins e Ivica Zubac (ahora lesionado) y John Collins y Brook Lopez. Mientras que la primera pareja consigue sumar en positivo en un equipo que funciona generalmente mal (9º peor net rating de la NBA), la formada por Collins y Lopez hace aguas con un -9,5 de net rating. 

Collins es un interior alerizado que puede sumar en varios campos pero que es especialista en pocos. Sobre el papel, la unión con un cinco abierto como Brook Lopez no debería de ser mala. El problema está en que, a su edad, Lopez ha perdido su despliegue físico, movilidad defensiva y verticalidad en ataque. Por lo que su tamaño solo pesa en un área irrisoria del campo. Zubac, que es un jugador pesado, goza de mucha mayor energía para repetir esfuerzos, pegarse en cada posesión, subir al bloqueo, continuar al aro… Además de ser un buen pasador. Esto es suficiente para que sus debilidades puedan ser subsanadas por el colectivo y por su pareja en la zona. Algo ya casi imposible con Lopez. 

Jalen Duren e Isaiah Stewart se molestan en un rebote en enero de 2004. Vía Rick Osentoski-Imagn Images

La clave está en encontrar el balance con dos perfiles lo suficientemente diferentes para complementarse o multiplicarse. Es el caso de Karl-Anthony Towns, que despeja zonas cercanas al aro para que las trabaje Mitchell Robinson, quien a su vez despoja al dominicano de labores oscuras y hace que su tamaño pese algo más en defensa. Y así con Mobley y Allen (219 minutos, +9,8 net rating), Naz Reid y Rudy Gobert (402 minutos, +3,3 net rating), Wendell Carter Jr. y Jonathan Isaac (189 minutos, 10,1 net rating), ambos con características mayormente interiores sin llegar a serlo o Jalen Duren e Isaiah Stewart, que han hecho que su mezcla sea posible (208 minutos, +6,8 net rating) a base de cabezazos, energía, algo de tiro en Stu, algo de juego de cara al aro de Jalen y defensa. Mucha defensa. 

Claro que cuesta encontrar en todo este elenco a parejas la mitad de carismáticas que las mentadas al inicio del artículo. Pues lo atractivo en estas está más en la matemática que en esa complicidad que nacía del mero hecho de combatir batallas en zona hostil noche tras noche. Aquellos tiempos es difícil que regresen y si lo hacen, que nosotros vivamos para verlo. Por el momento, tendremos que conformarnos con pequeños sorbos de baloncesto vintage cuando la analítica nos lo permita. 

(Fotografía de portada de Wendell Cruz-Imagn Images)